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Protesto y vuelvo a protestar

La vida es una sola y no le pertenece al Ministerio del Interior, ni al Partido Comunista de Cuba. Ni siquiera a la patria, esa entelequia, esa siderurgia, ese chistecito para medir tus fervores o acusarte de traidor.

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Protesto y vuelvo a protestar
Armando Tejuca | Protesto y vuelvo a protestar

Actualizado: Mon, 04/29/2024 - 07:36

La vida es una sola y no le pertenece al Ministerio del Interior, ni al Partido Comunista de Cuba. Ni siquiera a la patria, esa entelequia, esa siderurgia, ese chistecito para medir tus fervores o acusarte de traidor.

Eso lo tuvo muy claro desde chiquito Prepucio Arteaga, que había que vivir, ser sincero y respetar a los demás, aunque a veces lo de ser sincero y respetar a los demás no combinaba bien. Pero él era así, siempre mirando hacia adelante, tratando de cumplir lo que se proponía.

Prepucio tenía una virtud, que a veces se convertía en un defecto: no podía echarse atrás. Y hasta los médicos afirman que, cuando un Prepucio no puede echarse atrás, hay que operar y resolverlo.

Su hermano Suplicio no tenía esos problemas. ¿Tenía que golpear? Golpeaba. ¿Tenía que vigilar a alguien? Lo vigilaba y, de paso, también se vigilaba a sí mismo. ¿Había que chivatear a otro semejante?, pues lo hacía y le buscaba un sentido utilitario. Por ejemplo, que estaba ayudando a esa persona a mejorar o que con esa bajeza defendía a la revolución. 

Él decía que lo hacía porque le gustaba. Y porque era comunista, revolucionario y fidelista. Daría la vida por Fidel. Pero cuando decía esa frase siempre bajaba la voz al final y miraba en derredor, no fuera a suceder que alguien le ordenara dar la vida. 

Prepucio pensaba que Suplicio bajaba la voz porque Fidel estaba muerto, instalado dentro de un gran pedrusco, y hay viejos que dicen que si mencionas el nombre de un muerto que hizo mucho daño en vida, pudiera pensarse que lo llaman, y que podría regresar para terminar su tarea. Temía que Fidel volviera y entonces no iba a haber marcha atrás. Todo lo contrario de lo que afirmaba Prepucio, que era precisamente con el comandante cuando empezó la marcha atrás.

Y esa era su inmensa duda. Prepucio quería saciar su curiosidad más allá de los libros de Marx y Lenin, y de Gramsci y de todos los teóricos del socialismo: ¿qué era ser comunista y cómo uno sabía que lo era? 

Después de agotar el repertorio de frases y consignas que él considera “revolucionarias”, que van de Martí a Fidel, pasando por Cristóbal Colón y Alcides Sagarra, Suplicio entorna los ojos y musita la última: “Azúcar para crecer”. Prepucio se estira y enrojece un poco al preguntarle cómo él sabe que es comunista, y el otro se mete un dedo en las fosas nasales -en las dos- y responde con osadía: Porque yo me alegro cuando cantan el himno.

Prepucio le explica que millones de cubanos sienten lo mismo, y que el himno que escribió Perucho Figueredo está hecho para eso, para entusiasmar y enervar, para acalorarse y emocionarse, y para despertar el espíritu de lucha y templar el carácter. Suplicio mueve el dedo ante la última frase y dice que eso mismo es, lo de templar, el carácter y lo que sea. Que él se siente rojo por dentro y por fuera. Soy ateo y materialista, porque la revolución es sagrada, grita.

Para convencerlo, le cuenta que él se fija bien en lo que han hecho los héroes y mártires (más en los mártires que en los héroes) y también en lo que hacen los dirigentes. Cuando los ve se conmueve, y afirma que nunca dejó de ir a una concentración en la Plaza de la Revolución, aunque no estuviera Fidel. Incluso hubo veces en que iba allí, de madrugada, a recordar y a aplaudir solo. Y jura que sigue vivo y gordo no solamente para parecerse a los líderes, sino porque los americanos no se han lanzado a invadirlos.

Prepucio lo mira con sorna y se encoge un poco, y le pregunta por qué cree que los yankis no han atacado a Cuba durante 65 años, y el otro responde, sin pensar, que sí. Luego dice que no. Y otra vez sí. No lo han hecho porque la maquinaria del Partido es fuerte y se renueva, y les muele los huesos a los traidores, porque somos un hueso duro de roer. Y qué sí han hecho agresiones. Porque al comandante en jefe intentaron hacerle 14 357 atentados que la seguridad del estado frustró (cada día son más), e incluso una vez Cassius Clay, Mohamed Alí, lo miró de reojo y de mala forma (al comandante).

Pero que, mientras no agredan a la isla, él está dispuesto a hacer hasta trabajo voluntario, guataqueando maíz, como aparece el presidente Puesto a Dedo en las fotos. No lo dice así, sino que nombra al mandatario con nombres y apellidos.
 
Entonces Prepucio remata, preguntando si él no ha pensado protestar, como hicieron el 11 de julio, y más recientemente en Santiago. Y ahí Suplicio agarra bastante aire y empieza a decir que no hay por qué protestar. Cuba tiene la democracia más humana que ojos humanos han visto. Y si uno protesta, le está haciendo el juego al enemigo. Y al enemigo no se le puede creer ni un tantito así. Porque ya lo dijeron el Che y Pello el Afrokán: "Nosotros queremos construir el socialismo; nos hemos declarado partidarios de los que luchan por la paz", y al que no esté de acuerdo, lo fusilamos, no lo necesitamos.

-Qué horror- dice Prepucio y comienza a inflamarse un poco, irritado. Y un Prepucio irritado es peligroso. Con mucha ironía le responde a su hermano que por eso es que ya amenazan con pena de muerte y quieren echar mano de la figura legal de “sedición”, que no es tener sed, como piensan muchos. Ahí mismitico Suplicio riposta que “los detenidos en las manifestaciones podrían ser acusados por los delitos de desorden público, instigación a delinquir, robo con fuerza, resistencia, atentado, lesiones, desacato, daños a la propiedad y propagación de epidemias”. Y que eso lo dijo el mismo Fidel en el programa del Moncada.

Y Prepucio, que ha visto cómo saca de quicio a su brother ñángara, le pregunta por la violencia policial, y Suplicio sigue el discurso de esta manera: “Las fuerzas policiales cubanas tienen preparación en defensa personal y en técnicas de conducción que le permiten poder reducir a la persona sin necesidad de utilizar medios letales para el control”.

Ahí mismo, muy bajito, pero perfectamente audible, Prepucio le pregunta si los apagones y el hambre son parte de esos métodos letales. Y qué piensa de protestar con “cultura”, porque en Santiago, la gente del pueblo cantaba una conga que decía: "Oye, yo me erizo", "No hay comida, no hay corriente", "Prepucio pal presidente". No decían Prepucio, sino otra cosa más grande y dura.

Suplicio se pone rojo, luego amarillo, después pálido. Y le dice que de los 11 millones de cubanos que quedan, la mitad son agentes de la CIA. Y que la revolución...porque la revolución... y es que la revolución...y sin revolución no hay revolución. Y cuando ve a Prepucio levantar una pancarta en blanco, se desmaya. Y no hay ambulancias, gracias a la revolución.

 


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