Un viaje en almendrón por La Habana

Estos taxis, llamados popularmente almendrones, llevan y traen un sinfín de historias que se entremezclan en conversaciones, bandazos y baches
Un viaje en almendrón por La Habana
 

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Lo cogí en el paradero de Playa. Era un Plymouth de 1950, todavía en buen estado. Lo sé porque mi padre tuvo uno igual, en los ochenta. Lo vendió cuando le apretó la soga, para comprarse una moto, luego una bicicleta y después andar a pie por Palma Soriano. Aún recuerdo los días del Plymouth en la casa y todos los cuentos que se tejen a su alrededor.

Como este Plymouth del relato, cientos de carros de esa época corren todavía por toda Cuba, vivos gracias al cubaneo que los mantiene relucientes y enteros, aunque por dentro son una simbiosis de muchos autos. Por ejemplo en el que rodábamos, tenía un motor de Aro, la transmisión de Lada y las puertas de Chevrolet, y un sin números incalculable de piezas y accesorios más, de distintas nacionalidades y procedencia, según explicó su chofer. Se llenó rápido. Partió veloz por 5ta avenida, para incorporarse por la rotonda a la calle Tercera. 

Estos taxis, llamados popularmente almendrones, llevan y traen un sinfín de historias que se entremezclan en conversaciones, bandazos y baches, y cada pasajeros cuenta la suya, o un pedazo de ella. Yo iba delante, entre el chofer y una señora rumbo a la dirección de vivienda, por un asunto de un litigio con una vecina y enseguida todos dentro del almendrón estuvimos informados. 

“Es una vecina que es una víbora y me quiere quitar el pasillo. También quiere que clausure las ventanas y me ahogue de calor, para refugiarse de las miradas indiscretas, que puedan ver el trapicheo que tiene formado su esposo en la casa. Un almacenero de una empresa estatal, que vende más en la vivienda que en las propias tiendas”.

Atrás viajaban un militar, una estudiante ocupada en su teléfono y otro pasajero hosco, que solo conocí su historia al finalizar el viaje.

El militar era de alta graduación, pero es común en Cuba verlos corriendo tras la guagua, o montado en bicicleta rumbo al trabajo. Dijo que había que confiar en el gobierno, y en las leyes. Que todo iba a ir encajando, poco a poco, como un rompecabezas, pero que había que tener paciencia, y trabajar unidos, para que el problema de la mujer y el litigio por el pasillo, y otros muchos problemas, tuvieran un final con justicia social.

Nadie entendió mucho lo que dijo. La estudiante se reía con el teléfono, al parecer  el chat era divertido. El hombre de la esquina le frío un huevo al militar, en voz alta, como clara desaprobación de su discurso. 

La ruta de almendrones Playa-Habana Vieja cruza el túnel y se dirige por Línea hasta L, donde sube por San Lázaro a coger Infanta y luego por Zanja hasta La Habana Vieja. La mujer del litigio se bajó en 23, allí subió una señora, que comenzó a hablar mal del transporte.

“Porque los que tienen  que resolver este problema no cogen guagua, ni almendrones. Casi todo lo que gano en el mes se me va en moverme. A esta hora debía estar en la casa, preparando la comida. Pero han pasado tres guaguas llenas y todas las gacelas y taxis pasan repletos. Gracias a Dios enganché este”.

El militar se bajó en Infanta. Para dejarlo pasar la estudiante y el hombre hosco tuvieron que bajarse también, porque la puerta de la izquierda los choferes de los almendrones la mantienen clausuradas, para evitar multas. La estudiante realizó la acción por inercia, atenta al teléfono, pero el hombre del mal carácter le frió otro huevo en la cara mientras le hacía espacio.

Un nuevo pasajero nos acompañó hasta el final del trayecto. Era un joven que enseguida que montó comenzó a hablar de Uruguay, la nueva noticia que corría  como pólvora por La Habana: ¡Uruguay aceptaba cubanos! El joven iba a casa del hermano, a embullarlo para vender la casa y probar suerte en esa aventura.

“Ya uno no puede montarse en una balsa y pirarse. Esta opción parece diseñada para nosotros, que ya no aguantamos más y estamos a punto de explotar”, dijo.

La estudiante se río en voz alta, al parecer el chat había subido de tono y mientras escribía murmuró: tú verás.

El hombre hosco frió otro huevo, en voz alta. Al final del camino, mientras nos bajamos, le preguntó al chofer donde quedaba la estación de policía de Dragones. Estaba citado para las cinco con el mayor Lidio, pero sabía que era una trampa y no saldría otra vez de allí.   

Escrito por Yunia Figueredo

Yunia Figueredo Cruz. Palma Soriano 1980. Periodista y bibliotecaria independiente. Graduada en la especialidad Tecnología azucarera, cursó la escuela de periodismo impartido por profesores de la Universidad de la Florida, en la Oficina de Intereses de los Estados Unidos en La Habana. Se ha destacado por su activismo en la lucha por el respeto a los derechos humanos y en pos de la democracia, en 2014 fue Coordinadora Nacional de las Bibliotecas Independientes. Es fundadora y su vivienda es sede del Gremio de Reporteros Independientes.

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